martes, 24 de marzo de 2020

Cadena de información


CADENA DE INFORMACIÓN


El mundo está siendo atacado desde hace meses por el coronavirus. Todos los países estamos en guerra contra él. La única manera que tenemos de sobrevivir es luchar, quedarnos en casa es la única forma de ganar la batalla. Ataque. Guerra. Lucha. Batalla. 

Estas son algunas de las palabras que más se repiten en los medios de comunicación. Algunas de las que más se repiten en las redes sociales. 

Estado de alarma. Lo están haciendo mal. Lo están haciendo bien. 

¡Ni siquiera ellos saben cómo lo están haciendo!

Esto, no había pasado antes. No con los medios que tenemo ahora. Y hablo de los de comunicación. 

Nos hablan de lo importante que es romper la cadena de contagio. No se me ocurre discutirlo, pero ¿Y la cadena de información? ¿En qué momento debemos romperla? Por supuesto todos tenemos que tener acceso a ella, pero está en nuestra mano decidir la manera de hacerlo. Que la información sea cierta, no quiere decir que automáticamente sea útil. En estas semanas, por nuestras manos, están pasado un sin fin de dudas sobre el verdadero alcance de esta pandemia. Noticias absolutamente devastadoras, imágenes durísimas y un sin fin de elucubraciones y acontecimientos que en nada ayudan a tranquilizar a la población. Enlaces, vídeos, artículos, estudios… Toda la información al alcance de nuestra mano y, queramos o no, es difícil no caer en la tentación de querer hacer a los nuestros partícipes de nuestros hallazgos informativos. 

En los grupos de whatsapp y redes sociales, la información se extiende como la pólvora. ¿Por qué si no se terminó el papel higiénico con esa histeria? ¿Por qué todos nos enteramos que el ibuprofeno era malísimo? ¿Por qué aplaudimos todos a las ocho de la tarde desde nuestras ventanas? ¿O intentamos ser el vecino más guay en busca de un momento de gloria? La información se mueve a toda velocidad, pero no a todos nos afecta de la misma manera. Por eso es importante, a la hora de transmitir la información, tener en cuenta a qué tipo de personas, se lo estamos transmitiendo. 

Centrándonos en nuestra propia responsabilidad, sería importante tener en cuenta qué tipo de información transmitimos a nuestro entorno. Que todos podamos mantener el equilibrio, depende de lo que aportemos o dejemos de aportar a la ola social en la que nos estamos viendo envueltos. Hay determinadas informaciones que lo único que pretender generar es miedo y el miedo nunca ha sido buen consejero de nadie. Cuando tenemos miedo nuestras defensas bajan. Nuestro sistema inmune se vuelve más vulnerable. La cabeza puede jugarnos muy malas pasadas y dependiendo de con qué la estemos alimentando puede mantenernos firmes o terminar de hacernos caer.

La duda constante de si nuestro bienestar y el de los nuestros está a salvo, termina generando en nosotros un miedo real ante algo invisible que sentimos la necesidad de compartir. Pero, ¿qué pasaría si no lo compartieramos? Cuando el miedo se genera de manera individual o por un motivo personal, compartirlo no tiene por qué involucrar a la otra persona, aunque solamos escoger al interlocutor en función de la capacidad que le atribuyamos para empatizar con el temor que les estamos mostrando como si fuera propio, pero ¿si el miedo es generalizado? ¿A quien deberías escoger para aliviar tus miedos? En un estado de alarma como el de ahora, tenemos que tener claro que lo más importante que vamos a tener que hacer, es mantener la compostura. Cuando nos comuniquemos con las personas que nos importan, podemos, evidentemente, hacerles partícipes de nuestros temores, porque teniendo en cuenta el desarrollo de las conversaciones que personalmente mantengo, nada más descolgar, llames a quien llames, va a querer saber cómo estás y qué información tienes. Es normal, podemos darnos información, pero no nos quedemos ahí. No soltemos las noticias, los vídeos, los artículos y un largo etc, en los grupos esperando que los demás entiendan… ¿Qué? ¿Que estás de acuerdo con lo que pone? ¿Que no lo estás? Qué te parece interesante, que te asusta, que es mentira, que es horrible. ¡Comunícate! Aprovecha este momento para hacerlo.

Ahora estamos mucho más en contacto que hace dos semanas, tres, un mes, dependiendo de quién esté leyendo esto, pero todos hemos hecho aparición de una u otra manera en el mundo “social” por lo que todos estamos siendo responsables, en cierta manera, de todos los demás. Si expresamos nuestra opinión estando fuera de control conscientemente, no podremos recibir ninguna información que nos ayude a mantener la calma que necesitamos y por tanto no podremos transmitir la calma que a la vez necesita nuestro entorno. Una bola de caos rueda incluso cuesta arriba. 

El miedo es un mecanismo de defensa que nos mantiene alerta y de ese modo a salvo. Pero en este caso el miedo puede asfixiarnos -que se lo pregunten si no a la mujer del supermercado con la bolsa en la cabeza. Las personas tenemos miedo a lo desconocido, está en nuestra naturaleza, pero no todos somos capaces de controlarlo, por eso, quienes sean capaces de hacerlo, deberían intentar ayudar a los que no pueden, transmitiendo la información de tal manera que se entienda y explicando de qué manera la gestionan para que todos podamos superarlo. 

Adriana Marquina



viernes, 22 de marzo de 2019

Impresiones Bailar en la oscuridad


Antes de escribir estas opiniones, me he informado un poquito mejor sobre Bailar en la Oscuridad, porque sí, no había oído hablar de esta película hasta que comenzó a fraguarse la obra teatral homónima que se esta representando actualmente en el Fernán Gómez de Madrid.

Evidentemente voy a hablar de la segunda, porque la primera sigo sin verla y, sinceramente, tampoco es que quienes me han hablado de ella me hayan despertado demasiadas ganas. El sábado pasado tuve el gusto de poder verla y tengo que decir que no sé ni lo que voy a decir, porque solo me han quedado preguntas que empiezan por porqués que no tienen final y que se convierten poco a poco en defensa o juicio de una situación que espero no tener que vivir nunca y que siguen dando vueltas desde entonces.

Me pregunté por qué una mujer le ocultaría a su hijo una y otra vez dónde se encuentra su padre si el motivo de la desaparición del mismo no lo decidió él. Si seguro que hubiera preferido volver para estar que no hacerlo. Me pregunté por qué una mujer le ocultaría a todo el mundo una enfermedad que va a ser, irremediablemente, inocultable. Por qué no se dejaría ayudar cuando era obvio que necesitaba ayuda. Por qué prefería tener un hijo enfadado, frustrado, deshecho, que contarle la verdad. Por qué bailaba cuando yo gritaría. Por qué pactaría con el diablo. Por qué se dejaría encerrar.

Intenté ponerme en su lugar, pero me sacaba de quicio. Marta Aledo, consiguió que Selma, me sacase de quicio.  Uno de los papeles de Luz Valdenebro, el de la amiga fiel que no falla, hasta que lo hace, pero por ti, fue para mí mucho más comprensible. Me dio la sensación de que fue su actitud quien generó todas las preguntas, pues paciente, va viendo lo que su amiga no quiere ver (y para ver esto a lo que me refiero no hacen falta los ojos), sin lograr que a esta se altere lo más mínimo. Era como si nada le removiera, como si solo viviera para lo que nos decía que vivía. ¡Y nosotras ahí, sin entender absolutamente nada! Pero es que solo vivía para eso.

Los papeles que interpretan Jose Luis Torrijo, Fran Calvo e Inma Nieto, tampoco te dejan tranquila del todo. Todos ellos tienen una parte inquietante, independientemente de quién sean en cada escena. Cada uno en su lugar y con su sombra, y no, no estoy hablando de la de los focos. Todos ellos son personajes encerrados, quizá, irónicamente, se librase de esta afirmación la carcelera. Encerrados en sus miedos, en sus dudas, en los noes que no son capaces de decir, en los te quiero que dejan escapar o en el materialismo de quien se siente nada cuando lo es todo, cuando eres tanto que todo lo demás importa poco, hasta la vida. La tuya, esa que crees que amas y las que arrastres contigo para seguir haciendo cierta la mentira.

Y si ya tenía preguntas antes de que Selma se viera arrastrada, se multiplicaron cuando tras las rejas, seguía cantando. Viendo, sin ver, que no era capaz de ver nada, de darse cuenta de nada. Álvaro de Juana, que interpreta a su hijo, empezó a provocar en mí una especie de rabia contenida que se mezclaba con tristeza, decepción y esperanza. Pero no la esperanza de que todo saliera bien con su madre, si no sobre la libertad que supondría la pena impuesta por la cabezonería incontrolada. Porque sí, para mí, la lealtad había perdido el sentido tras las rejas y permanecer ahí por no fallarle a quien no estando te lo está arrebatando todo, no tenía sentido. O sí, porque quizá esa fuera su manera de regalarle a su hijo la libertad que ella le estaba robando convencida de que lo importante está en lo que se puede ver. Y es que, yo sentía a través de él, la impotencia que aprieta cuando ni lo que se dice, ni lo que se hace, ni lo que se siente, merece la pena lo suficiente como para que a quien tú más quieres considere la posibilidad de quedarse a tu lado, aunque no os vayáis a poder ver. 

Yo resumiría todo este embrollo con una frase: La vista o la vida. Porque desde el sábado me pregunto, si es que la historia va de eso ¿a qué le daría más valor? Pero es que aún no sé de que va la historia, porque hay tantas preguntas que pueden hacerse acerca de ella, que estoy segura de que para cada espectador será una historia diferente. Yo solo me quedé con la sensación de que cuando las sombras de las personas bailan entre sí, nada bueno puede salir de ellas. Que apagan la luz más cegadora e incendian el infierno más congelado con melodías pegadizas de las que no puedes salir. Que hacen que nos preguntemos, sin haber estado ahí, lo que hubiéramos hecho nosotros. Lo que hubiéramos sentido nosotros. Qué canciones hubiéramos cantado nosotros. Me pregunté muchas cosas viendo la obra de teatro. La magnitud del escenario permitía que las interrogaciones de las decisiones que no comprendía se fueran arremolinando en los rincones sin luz. El cambio de personajes sin que para ello fuera necesario el cambio físico de las actrices, o de los actores, demostraba que la misma persona puede ser muchas a la vez dependiendo de lo que se espere de ella en según qué momentos. Las canciones te sacaban del drama sin que el drama dejase de estar presente. Me pregunté muchas cosas viendo la obra de teatro, respondí otras, comprendí una, y fue que hay batallas, por las que morir, no merece la pena.  

Adriana Marquina


lunes, 19 de marzo de 2018

Solo mío.

Burgos 18-Marzo-2018

Como un ciprés tumbado por un rayo, se ha reflejado en la carretera la luz del semáforo por el que no ha pasado ningún vehículo para convertirse a los pocos segundos en un charco de sangre vencida que ni la lluvia que cae constante es capaz de arrastrar. Ha ocurrido casi en un parpadeo. Cuando volvía del paseo que estaba dando con mis perros.

¡A ellos el tiempo que haga fuera, les da igual!

Ha sido un cambio de luces hipnótico. Un cambio de realidad. Un cambio de perspectiva. De la esperanza al tedio, a la depresión, a la muerte.

Las luces de un coche que subía la calle que baja en diagonal hacia el centro, le han robado al rojo el alma y lo han transformado en un naranja parpadeante a punto de rendirse de nuevo a la vida. Como un ave Fénix. Para después, volver a morir.

Mientras avanzaba hacia el paso de cebra y el reflejo se achantaba ante mi presencia, me he fijado en que toda la calle era una estela de luces de escaparates, de carteles luminosos, de ventanas iluminadas dándole sentido a la palabra hogar. Luces calientes tras cristales fríos en la calle en la que no vivo.

La mía estaba completamente a oscuras. Solo a unos cien metros, el cartel de la tienda de bicicletas que hay enfrente de mi portal, iluminaba la fachada con timidez. Los bloques de edificios del fondo eran una sombra desenfocada hacia la que he sentido la necesidad de ir.

Tango y Bruja me miraban como si no estuvieran entendiendo nada. Él, agradecido. Con nada disfruta tanto como con el agua, venga de donde venga. Ella, asqueada. Cuando se moja el pelo se le queda lacio y se le hace una raya en medio de la cabeza que a mi me resulta adorable pero que a ella le debe hacer sentir como una vagabunda.

Cuando hemos doblado la esquina que le da ángulo a la calle, la hilera de luces difuminada por la intensa lluvia, anunciaba que las farolas estaban comenzando a calentarse.

El sonido de las ruedas de un coche pasando por encima del torrente de agua que baja de la carretera que da a la parte más alta de la subida de San Miguel, ha hecho que me diera cuenta de que a lo largo de toda la calle, no había habido ninguna otra señal de vida. Estaba completamente desierta. Solo una pareja entrando en un portal de la acera de enfrente indicaba que seguía estando en el plano adecuado. Por un momento he sentido que estaba dentro de uno de los cuadros que el deshollinador amigo de Mery Poppins pinta en las baldosas de la entrada al parque. Solo que con menos luz.

La capucha de la cazadora ha comenzado a gotear sobre mis cejas en el preciso instante en el que el sonido del agua cayendo por los canalones se unía en mi cabeza a la que salía de entre las piedras de los muros de las casas para formar una evocadora melodía de historia sórdida en noche fría. Me he sacudido como se sacuden los perros y he escondido las manos un poco más bajo las mangas.

Un hombre ha salido corriendo de un portal en dirección a su coche. Al ir a abrir la puerta se ha dado cuenta de nuestra presencia y se ha quedado paralizado bajo la lluvia un segundo. Estoy segura de que se ha preguntado por qué no corríamos con la que estaba cayendo como suele hacer la gente normal, pero ha encontrado la respuesta en una mirada desaprobatoria hacia mí, hacía mis perros y hacía mí otra vez mientras que en el vaho de su respiración casi podía leerse la palabra loca.

Le he sonreído. Hacia años que no me detenía a pasear bajo el silencio de la lluvia y él no me lo iba a estropear.

Cuando he vuelto a mirar hacía delante. La sombra de la fachada de un monasterio derruido que hay en el ultimo cruce antes de llegar al final de la calle, se ha dibujado ante mí más entera que nunca. Tras el rosetón, el cielo negro me ha hecho dudar del tiempo, pero entre la silueta de las dos cigüeñas que inmóviles discutían sobre el cambio climático y lo bien que se hubieran quedado unos días más en su residencia de invierno, ascendía la sombra de una grúa que me ha devuelto al mío en un instante.

Al final de la calle estaban detenidos todos los coches que no me había encontrado por el camino, como si formasen parte del encanto del centro de la ciudad en un día de lluvia y he tenido que detenerme en un semáforo.

He mirado hacía el arco de San Gil y me he imaginado adentrándome en la magia de las calles del centro reflejadas por completo en las baldosas empapadas del suelo mientras el tañer de las campanas de la majestuosa catedral se perdía por ellas en sabe quién qué siglo. Una mueca de satisfacción previa a algo que sabes que va a ocurrir se estaba dibujado en mi cara cuando he hecho lo que no tenía que haber hecho. Los he mirado a ellos. Ellos miraban al parque, al otro lado de la calle, en otra dirección. He querido negarme, pero un pino de tronco inabarcable me ha hecho levantar la cabeza casi completamente para permitirme que le viera la copa, y he tenido que cruzar para ponerme bajo esa sabiduría que le dan a la naturaleza los siglos de historia vivida.  

A Tango eso, le ha dado completamente igual, pero yo no he podido evitar preguntarme qué quedaría de la realidad en la que se fundamenta la humanidad si ellos pudieran hablar.

El sonido de una fuente ha llamado mi atención haciendo que me olvidase si quiera de la posibilidad de darme una respuesta. Los chorros iluminados sobresalían por encima de la barandilla de hierro del muro de piedra que separaba el parque en dos alturas. No he podido evitar aprovechar que ellos podían estar sueltos para hacer un par de fotos.

Nunca tan buenas como las imagino, pero evocan el mismo recuerdo.

No ha sido sencillo. Las mangas de la cazadora goteaban agua a chorro, el pantalón del chándal empapado no secaba a la pantalla asustada que al sentir que la estaban tocando en demasiadas partes a la vez se negaba a trabajar. Un perro de marcada musculatura ha ascendido corriendo las escaleras y se ha puesto tenso al ver que los míos iban a presentarse como se presentan las personas que no entienden lo que significa el espacio vital porque para ellos lo vital es entrar en ese espacio.

Aún sigue lloviendo. Yo hace más de tres horas que intento contaros mi maravilloso paseo bajo la lluvia sin que os deis cuenta de que este relato no tiene ningún fin. De que es un relato sin un solo ápice de intriga o de sentido. Que es un relato solo mío. 

Adriana Marquina 


domingo, 4 de marzo de 2018

En sueños


Burgos 04 - Marzo - 2018

¿Por qué no sales y te me abrazas a la espalda? Hace una noche preciosa. La luna está llena, dos locas más no van a llamar la atención.

¿Por qué no sales y te me abrazas a la espalda? ¿Y me besas el cuello despacio? El aire apenas se mueve, pero me imagino tus labios en mi piel y se me eriza hasta el último vello del cuerpo.

¿Por qué no sales y te me abrazas a la espalda? ¿Y me besas el cuello despacio? ¿Y rodeas con tus brazos mi cintura? Inmóvil, intentando no ceder ante el deseo en tu aliento cálido.

A veces no sé distinguir los sueños de la realidad.

¿Por qué no sales y te me abrazas a la espalda? ¿Y me besas el cuello despacio? ¿Y rodeas con rus brazos mi cintura? ¿Y me giras con cariño para que pueda morderme el labio al saber que esa sonrisa que me robó la cordura el primer día que la vi por fin va a ser mía? ¿Y me derrita en el momento justo en el que eso ocurra?

Miro al cielo y me imagino el calor de tu boca en mi boca. La pasión de tu mano perdiéndose en mi pelo. La otra en mi pecho. Las mías en tu espalda, por debajo de ese pijama que ya te he quitado cuando has entrado al salón con él.

Te busco a través de las cortinas, pero no te encuentro. Suspiro, porque entraría para ver si me cruzo contigo en el pasillo y me atrevo a cortarte el paso con un beso.

¿Y si estuvieras en el pasillo pensando por qué no entro y te abrazo por la espalda? ¿Y te beso el cuello despacio? ¿Y te rodeo con los brazos la cintura? ¿Y te giro con cariño para robarte la cordura que apuntalaste el primer día en el que deseaste mi boca?

¿Por qué no entro?

¿Por qué no sales?

¿Por qué no dejamos que nuestras manos dibujen nuestros cuerpos? ¿Qué nuestros besos los midan? ¿Qué las caderas encajen? ¿Qué nuestros labios se besen? Al galope.

Quiero perder.

Quiero perder el aliento.

Quiero perder el aliento contigo.

¿Para qué sirve el aire que tu no respiras?

Me decido a entrar y te veo aparecer por la puerta dispuesta a salir. Nuestras miradas ya se habían cruzado así en otras ocasiones. Ellas se conocen mejor de lo que nunca nos conoceremos nosotras. Ellas, no nos entienden. Creo que no son las únicas.

¡Y no! No vas a abrazarme por la espalda. Ni a besarme el cuello despacio. Ni a rodearme la cintura con los brazos. Ni a girarme con cariño para que pueda morderme el labio sabiendo que esa sonrisa que me robó la cordura el primer día por fin va a ser mía. Ni me voy a derretir. Pero lo haría.

¡Y no! Tú tampoco te vas a derretir.

Pero lo haremos.

Aunque solo nos atrevamos en sueños.


Adriana Marquina

sábado, 24 de febrero de 2018

El tiempo que.

Liencres  24-Febrero-2018

Es maravilloso escuchar y ver el mar.
Siempre tan imponente.
Esté en calma, o agitado como hoy.

Su color verde guarda la esperanza del regreso de todos los que lo surcan. Sean hombres o mujeres, porque el mar, no hace distinciones.

Es lo más libre que existe.
Nadie puede atraparlo.
Nadie puede pararlo.
Nadie puede decirle lo que tiene que hacer o donde tiene que ir.

¡Qué envidia!

Puede hacer lo que le venga en gana.
Si quiere comerse una ciudad se la comerá.
Tarde los siglos que tarde.
Ya lo ha hecho en otras ocasiones.

Si mañana decidiera comerse la duna en la que estoy sentada, podría hacerlo sin problema.
Llevarse la arena.
Devolverla al fondo del que la desterró una vez.

¡Tú vas a ser mi duna!
Voy a convertirme en mar y te voy a comer entera.
Tarde los años que tarde.

Quiero tu arena.
Tus matorrales.
Tus arbustos y cada una de las hierbas que lucha por sobrevivir bebiendo del agua salada que trae el viento.

Voy a ser una ola lenta.
Esa que te mojará los pies cuando observes desde tu segura orilla el horizonte azul mientras tu mirada golpea el muro de nubes que hay al fondo.

No te asustes porque no voy a ahogarte.

Dejaré que te metas despacio cuando llame a tu puerta.
Todo lo despacio que necesite entrar tu piel desnuda.
Tardes el tiempo que tardes.

Seré azul.
Calma.
Marcaré con boyas el camino seguro y las moveré cuando quieras salirte de él, porque tu brújula, no tiene norte.

¡El mar!
¡Cuántas ideas trae en su melodía!
¡Cuántas se lleva en la blanca espuma de sus inquietas olas!

Somos ciudades sin mar.

Orillas sin arena.

Arena sin grano.

Sal.


Pero no te alejes.


Adriana Marquina

martes, 17 de octubre de 2017

Impresiones de Souvenir

Por fin ha llegado el día en el que puedo hablar de Souvenir sabiendo de lo que hablo, porque tengo que reconocer que las veces que la he recomendado, que he hablado de ella o que me he alegrado con las buenas críticas y opiniones que estaba (está y estará) recibiendo, lo hacía desde la confianza ciega que tenía en su director, Fran Perea. Quienes no hayáis seguido su carrera (yo estaba en esa lista hasta hace cosa de tres años y no sabéis cuanto me alegra haber salido de ella), quizás os sorprendáis al ver su nombre debajo de la palabra “director” y tal vez os haga plantearos si no habrá carteles con otros nombres que le den a esa palabra la experiencia necesaria como para haceros ir a ver otra obra y no ésta, pero sería un juicio injusto, porque si algo caracteriza a Fran es el esfuerzo por alcanzar la perfección, sea la primera vez que hace algo, como es el caso, o repita cada noche, como fue, por poner un ejemplo, el caso de La Estupidez. Igual que sería injusto que al buscar los nombres de los tres actores que dan vida a los personajes no encontraseis detrás la amplitud experimental suficiente como para darles la oportunidad de ver su “debut”, porque todos hemos tenido nuestros inicios y este comienzo es de notable alto.

Ángel Velasco nos regala a un Solomon Shereshesvki entre loco y cuerdo al que dan ganas de robarle todas las palabras con las que describe el mundo que le rodea para hacerlas tuyas. Que te llega a hacer sentir envidia de la hipermnesia y, en mi caso, de la maravillosa sinestesia con la que vive el personaje, con la que lo percibe todo, con la que te lo describe todo, con la que ama a esa Magda que se derrite en el cuerpo de Esther Lara cada vez que le explica a qué le huele el cabello, aunque en ocasiones esas descripciones salgan de la boca invisible de Steve Lance y su Doctor Luria, un psiquiatra, ¡no! ¡El mejor psiquiatra del país! Ese al que va a visitar con un propósito imposible y con el que se queda aun sabiendo que el éxito, es improbable.

Los nudos de la memoria, las puertas de los recuerdos, la mesa de la desesperación y la cama del desconcierto que te encuentras nada más sentarte en la butaca, se van tiñendo durante la obra de un verde esperanza que hace que llegues a creer que Shereshesvki va a lograr su objetivo… ¿O es Luria quien al verle entrar descubre el suyo? Porque si hay algo que destacar de Souvenir es lo curioso que resulta ver como Solomon, que lo sabe absolutamente todo porque lo recuerda todo; todo lo leído, todo lo visto, todo lo vivido, todo lo escuchado, todo lo sentido, todo lo palpado, todo lo olido, todo lo disfrutado, todo lo sufrido, ¡Todo! Se desespera al darse cuenta de que no entiende absolutamente nada, mientras que Luria, creyendo saber de todo, se desespera al darse cuenta de que, sabe tan poco que, por no saber, no sabe ni siquiera en que día ha de comprar un simple ramo de flores.

Pero no solo ese conflicto entre el que sabe y el que cree saber es destacable. También lo son los sentimientos de Magda que lucha constantemente contra lo que la enamora, lo que la preocupa, lo que es y lo que podría ser. Lo son la puesta en escena, el vestuario, la música, la iluminación y la participación, porque sí, en la obra se participa para que tu memoria no olvide, que estuviste viendo Souvenir.

Así que sí. Por fin ha llegado el día en el que puedo hablar de Souvenir sabiendo de lo que hablo, porque tengo que reconocer que las veces que la he recomendado, que he hablado de ella o que me he alegrado con las buenas críticas y opiniones que estaba (está y estará) recibiendo, lo hacía desde la confianza ciega que tenía en su director, Fran Perea, al que desde aquí vuelvo a agradecer la apuesta, al que vuelvo a agradecer este regalo que no es un regalo porque en realidad es y será, el recuerdo inolvidable de un día maravilloso en el que retumbarán incesantes las teclas de una vieja máquina de escribir con olor a piedra antigua.

Adriana Marquina

domingo, 1 de octubre de 2017

Recibiendo La Llamada

Acabo de salir de ver La Llamada y quiero volver a entrar. Esta sensación de que me he perdido cosas me está pudiendo y es que cada personaje tiene tanto que dar que tengo la sensación de que necesitaría conocerlos un poco más. Quiero entrar en La Brújula y dormir en alguna de las literas de la cabaña solo para encontrar un momento en el que detenerme a mirar todo lo que ponía en la tabla sobre la que duerme María, esa madera bajo la que duerme Susana. Ver las fotos y sentir en sus miradas que son la misma persona dividida por la mitad. Observarlas, envidiarlas y, por qué no, desearlas desde la culpabilidad adolescente que te hace espiar a través de una ventana o arrodillarte ante un desconocido que te canta canciones de Whitney Houston. Quisiera abrir la maleta de Milagros, esa en la que guarda todo cuanto es porque cuando se dio cuenta de que había elegido mal se persignó por los demás y se olvidó de ella. Abrirla y colocar cada recuerdo en un mural que pudiera construirla de nuevo, que pudiera devolverle las palabras que se le atascan porque tiene tanto que decir y ha dicho tan poco que se ha olvidado de cómo utilizarlas. Y aunque los secretos de Bernarda no es que me intriguen en exceso… por si acaso, reconozco que me encantaría verla en su habitación empezando desde cero alguna de sus coreografías.

Tengo que admitir que he oído a mi amiga Marina hablar de La Llamada hasta la saciedad. Y que conocerla y saber con qué pasión escribe sobre las cosas que le gustan, que la hacen sentir, que la hacen olvidarse de este mundo que se derrumba y le sacan una sonrisa, o una lágrima de emoción, hizo que comenzase a preguntarme qué tendría la historia para que le gustase tanto, creo que ahora lo entiendo. Entiendo que cuando creces rodeada de personas que te comen la cabeza, encontrarte con una representación de ellas que te deja ser, te haga recuperar un poco la fe que te hicieron perder. Pero no la fe en Dios, esa decisión a estas alturas me da que ya es irrevocable, si no la fe en ti misma. Es como si te hiciera sentir bien descubrir que a pesar de todo puedes cogerle cariño a un hábito. Que incluso podrías ponerte a bailar con ellas, que la fuerza con la que te has enfrentado a la vida para ser quien eres, ya te permite reírte de todo cuanto te hicieron sentir.

Lo mejor de la brújula de esta historia, sin lugar a duda alguna, es que elijas el punto cardinal que elijas, nunca vas en dirección contraria a nadie porque, en tu camino, hay sitio para quienes andando el suyo te quieren acompañar y en los suyos, hay un sitio para ti por si necesitan que seas quien acompañe. 

Era un poco reacia a recibir La Llamada y ahora me arrepiento de no haber ido a verla al teatro, pero me alegra haber caído al fin en ese campamento en el que quieras ser quien quieras ser, dejan que te des cuenta sola, o con la ayuda justa (Qué momentos los de Anna y Belén) (Que momentos los de Anna y Macarena) (Qué momento la última aparición), si la dirección que has escogido es la que te hará feliz o no y que si no lo es, NO PASA NADA porque en uno de los cruces que da la vida, siempre puedes cambiar el rumbo y abrazarte a la fe, pero a la fe de ser quien sientes ser.

Adriana Marquina