jueves, 26 de mayo de 2016

Querido diario

Del puchero que Merceditas había llevado hasta Arganzuela no quedó absolutamente nada. Con la excusa de que con el estómago lleno se piensa mejor, el inspector Velasco terminó hasta con la última gota de salsa. A Celia, generosa por naturaleza, no le importó en absoluto, ese hombre estaba haciendo mucho por encontrar al asesino del Talión y entendía que no tuviera ocasión de comer algo tan delicioso muy a menudo aunque, si estaba siendo tan amable con él, en realidad era porque aun conservaba la esperanza de que le ayudase a encontrar a Aurora. Todo el tema de los anónimos, de los asesinatos y de la búsqueda del sospechoso adecuado ocupaba todo el tiempo del Inspector pero Celia estaba segura de que después se centraría en encontrar a la mujer que seguía protagonizando cada uno de sus sueños.
--Creo que va siendo hora de que me vaya señorita. Muchas gracias por invitarme a cenar, la verdad es que estaba delicioso.
--Inspector... ¿Podría pedirle un favor antes de que se vaya?

Velasco, que sentía que había conectado con esa mujer de una forma muy especial, aceptó encantado la propuesta de la maestra. Él pensaba mejor después de haber comido, ella lo hacía paseando de noche por aquel pueblo desde el que no se escuchaba el barullo de la ciudad pero, con todo el tema de los anónimos no se había atrevido a hacerlo sola y le pidió a aquel hombre que la acompañase, la única condición que puso fue que se mantuviera a unos metros de ella. No quería parecer descortés pero necesitaba andar sola aunque en realidad no lo estuviera y aunque no confiaba mucho en que el inspector lo comprendiera, si que lo hizo.

El reloj marcaba las once cuando salieron de casa. En las calles de Arganzuela no quedaba nadie, a pesar de la fama que le daban a aquel lugar era un barrio humilde de personas que se pasaban el día trabajando y que por la noche lo único que deseaban era encerrarse en sus casa y descansar.

El primer lugar donde paró Celia no fue otro que la casa de socorro. Las obras ya estaban muy avanzadas y casi pudo ver como Aurora sonreía a su lado al comprobar que aquello ya no era un montón de ruinas. Sintió en el pecho el orgullo de la batalla ganada y con esa sensación de triunfo siguió andando. Ella sabía bien donde quería llegar y no dudó en dar un par de vueltas innecesarias antes de llegar a la entrada del callejón en el que esperaba encontrar a las únicas personas con las que podía desahogarse sin miedo.
--¿Ya sabe usted lo que esta haciendo? Le juro que si ahora mismo me dice que la lleve yo de vuelta a casa no sabría hacerlo.
--Si, no se preocupe, Arganzuela es un poco complicado pero se perfectamente donde estoy. ¿Le importaría esperarme aquí un momento? Le prometo que no tardaré.

Velasco que asintió mostrando una entereza que no sentía, se quedó apoyado en la esquina con un ojo puesto en el callejón, el otro en la calle y la mano en un arma que no había utilizado nunca pero que le daba seguridad y, porque no decirlo, un halo de misterio que a ojos de sí mismo debía hacerle parecer aun más atractivo.
Mientras el inspector fanfarroneaba consigo mismo, Celia sujetó fuerte la aldaba dorada de la puerta y golpeó esperando a que le pidieran la contraseña. 
--¿Es usted parte de nuestro...? --preguntó una voz que para ella ya era conocida al otro lado de la puerta.
-- Ejército --respondió Celia para completar aquella pregunta que la otra vez completó con "rebaño" y que hizo que la puerta se abriera para ella.
--¡Celia! ¿Qué haces por aquí a estas horas? Es muy tarde para que andes sola por la calle, podrías haberle dicho a Adriana que te acompañase --dijo Lanas al verla entrar y darse cuenta de que nadie iba con ella.
--No te preocupes, no quería molestarla, sé que últimamente tiene muchas cosas en la cabeza, además, el inspector Velasco me espera fuera. ¿Dónde están las demás? --preguntó al ver el local vacío.
--¿Dónde crees tú que pueden estar? --respondió Lanas invitándola a sentarse.
--Lo cierto es que no lo sé, todo este asunto del asesino del Talión me tiene muy preocupada pero al menos me mantiene distraída. Desde que Clemente se llevó a Aurora no puedo dejar de pensar si estará bien y aunque pueda sonar irónico esto hace que siga sintiéndome viva pero hoy no aguantaba más y bueno, he pensado que quizá vosotras sabríais algo de ella. La policía no hace nada, Bernardo tampoco consiguió ayudarme y Velasco... Velasco dice que lo hará pero de momento tiene que encargarse de este otro asunto.
-- Precisamente porque sabemos que para Velasco es prioritario encontrar al asesino del Talión no hay nadie aquí.
--No comprendo.
--Están todas buscando a Aurora.
--¿De verdad? --preguntó Celia clavando sus ojos en los ojos de aquella mujer que sin dudar un ápice asintió con la cabeza.
--Vosotras os convertisteis en los ángeles de la guarda de las mujeres de Arganzuela y cuando pasó lo de Clemente decidimos que nosotras seríamos los vuestros. Nos pusimos a buscarla casi de inmediato pero hemos estado sin saber de ella hasta hace unos días.
--¿Sabéis donde está? --preguntó esperanzada.
--No exactamente. La tropa andaluza nos comunicó que la semana pasada oyeron rumores de que estaba por Sevilla solo que cuando llegamos hasta allí ya se había ido. Ahora estamos pendientes de Málaga, creemos que es su próximo destino pero con Clemente nunca se sabe, está siendo muy cauteloso y ha aprendido como borrar sus pasos aunque al parecer ha reservado un hostal en Valencia para mediados de Junio.
--Y... ¿Sabéis si está bien?
--Por lo que hemos podido averiguar sí. Clemente, dentro de lo que hizo, parece estar cumpliendo lo que le dijo a su hermano.
--No sabes cuanto me alivia saber esto --dijo casi al borde de la lágrima --. ¡Aunque no sé qué ha podido perder Clemente en Málaga la verdad y mucho menos en Valencia!

La incertidumbre se apoderó por un momento de su expresión.

--Lo cierto es que no lo sé y no voy a ser yo quien juzgue los actos de un loco pero, ¡ya podía tumbarse un ratito sobre los campos de Valencia a ver las nubes pasar! --respondió Lanas desconcertándola por completo mientras se reía de algo que Celia no alcanzaba a comprender.
--Tengo que irme --dijo riéndose sin saber bien de qué por pura empatía--, no quiero que Velasco se preocupe y descubra este lugar pero prométeme que me informaréis si averiguáis algo más.
--No te preocupes Celia, si descubrimos algo nuevo le diré a Adriana que te informe de inmediato.

Cuando Celia salió del callejón, Velasco, que estaba desprevenido, se asustó y a punto estuvo de apuntarle con el arma aunque gracias al grito de la Silva pudo frenar el brazo a tiempo.
--¿Regresamos?
--Cuando usted guste pero... ¿Puedo preguntarle que hay detrás de esa puerta?
--Poder puede, otra cosa es que vaya a responderle --dijo Celia emprendiendo el camino de vuelta con Velasco de escolta sonriendo por la respuesta de la maestra que, no podía negarlo, le tenía embelesado.

El camino de regreso lo hicieron completamente en silencio; Velasco porque iba haciendo sus propias elucubraciones, Celia porque estaba pendiente de que el cielo decidiera desprenderse de alguna estrella a la que poder pedir un deseo.
--Gracias por acompañarme y siento que se haya hecho tan tarde --dijo Celia al llegar de nuevo a la puerta de casa.
--No se preocupe, estoy acostumbrado a pasar las noches en vela, digamos que mi trabajo no da pie a descansar mucho.
--Imagino.
--Aproveche usted que si que puede. Mañana nos vemos si le parece bien.
--Me parece perfecto --respondió antes de entrar en casa mientras Velasco descendía las escaleras de la corrala.
Querido diario:
He vuelto al local al que nos llevó Adriana a Aurora y a mí hace unas semanas. Algo me decía que esas chicas no nos habían abandonado y no me equivocaba. Según Lanas han visto a Aurora por Sevilla y estaba bien, creen que ahora pueden estar dirigiéndose a Málaga y que seguramente despúes paren en Valencia, me ha prometido que me informará si se enteran de algo más. Es un alivio saber que le importa a alguien más que a mí. Saber que aunque estemos separadas no estamos solas, saber que están pendientes de ella en casi todas las ciudades de España y que también están pendientes en otras partes del mundo por si a Clemente le diera por huir de aquí. Me hace inmensamente feliz saber que si algún día consigue regresar o consigo encontrarla tendremos un lugar al que acudir cuando necesitemos ser libres. Esas chicas nos regalan eso, nos regalan la posibilidad de no tener que mentir, de no tener que fingir, de ser quien somos de verdad, de amar sin imposiciones. Lanas me ha dicho que ellas son nuestros ángeles de la guarda y por lo poco que he visto y lo mucho que he sentido debe de ser verdad. Hoy el cielo ha decidido que no le sobraba ninguna estrella pero... ¿Quién quiere estrellas que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos teniendo a su disposición a un ejército al que le sobra amor para luchar contigo pase lo que pase?
Adriana Marquina

domingo, 15 de mayo de 2016

En su inmenso corazón

La noticia en el diario de la agresión a una joven de veinticinco años, morena y de una estatura parecida a la de Aurora, alertó a Celia sobremanera nada más leerla. Elisa no había reparado en ella, había comprado el periódico solo para poder caminar sin ser reconocida por las calles de Madrid aunque, estoy segura, que de haberlo hecho tampoco le hubiera dado la importancia que Celia le dio, al fin y al cabo cada quien tiene sus propias preocupaciones y la única que tenía Elisa en esos momentos era la de llegar hasta Arganzuela sin ser vista.

A pesar de que Celia, como hermana mayor que era se vio en la obligación de reprender a la pequeña por su huida, la idea de que la mujer agredida pudiera ser Aurora pesó más y salió de casa rumbo a Madrid sin pensarlo un solo instante. Las elucubraciones que se apoderaron de su cabeza durante el trayecto hicieron que éste pareciera mucho más largo de lo habitual. Por su mente pasaron imágenes de un Clemente colérico y enajenado que, cansado de arrastrar a Aurora hacia un destino al que ella no quería llegar, descargaba ciego de rabia toda su frustración contra ella. Tan reales fueron aquellas visiones que, al girar la esquina que daba acceso a la entrada del hospital, echó a correr dejando a un lado sus modales, su estatus y todo comportamiento que se esperaba de una señorita de buena familia como ella. Casi sin aliento preguntó a una de las enfermeras cual era la habitación de la mujer agredida de la que hablaba el periódico y cuando obtuvo la respuesta no dudó en acceder a ella sin tan siquiera llamar a la puerta. Necesitaba saber si la mujer que luchaba por su vida dentro de aquellas cuatro paredes era la mujer a la que amaba y haciendo caso omiso de las indicaciones de las enfermeras que estaban atendiéndola junto a Cristóbal y del otro hombre que insistía en que saliera de allí, permaneció dentro de la habitación hasta que pudo comprobar que no era así.
Una vez fuera, la cordura que había perdido en la apresurada carrera hasta el hospital consiguió alcanzarla y, a pesar del alivio que sintió al comprobar que no era Aurora la mujer que mal herida luchaba por su vida sobre aquella cama, no pudo evitar preocuparse por el motivo que había llevado a esa joven hasta allí al igual que el hombre que estaba dentro de la habitación y que salió tras ella sin dudarlo, no pudo evitar interesarse por la preocupación de nuestra querida Celia.

Reticente y escarmentada, dudó si confiar en el joven que se presentó como el inspector Velasco del cuerpo de policía de Madrid pero lo hizo al darse cuenta de que no había mentido al sugerir que no era un policía cualquiera. Velasco pareció interesarse de verdad por el destino de su amiga Aurora y en un intercambio de confianza que ambos parecían añorar, el inspector le confesó sus sospechas acerca de que un asesino andaba suelto por Madrid aunque decidieron posponer los detalles de ambos casos hasta estar en un lugar más tranquilo.

Mientras ambos esperaban ese momento, Celia volvió a Arganzuela con su hermana. La pequeña, malacostumbrada como estaba a que todo se lo dieran hecho, no daba crédito a los requisitos que la maestra puso como condición para dejar que se quedase con ella un par de días más aunque, a regañadientes, los aceptó siendo consciente de que si Diana se enteraba de que no había cogido el tren que debería haberla llevado al internado las consecuencias serían mucho peores.

La revelación de que un asesino obsesionado con la Biblia estaba dedicándose a asesinar a mujeres de alta cuna con hermanas, dejó a Celia de lo más preocupada. Tanto que, a pesar de que el inspector le había pedido que no dijera nada sobre el caso ya que se jugaba su puesto de trabajo, no pudo evitar hacérselo saber a sus hermanas. Celia había perdido ya a demasiadas personas y no estaba dispuesta a que un loco le arrebatase a ninguna más aunque les pidió a ellas la misma discreción que ella no había tenido. Velasco parecía un hombre en el que se podía confiar y teniendo en cuenta que era el único policía que se estaba tomando en serio el secuestro de Aurora no quería arriesgarse a perderlo.

El asesino del Talión que así era como lo había bautizado la policía, arrancaba una página de la biblia y la enviaba a cada posible víctima haciendo así más difícil saber a cual de todas las hermanas atacaría. Leyendo la cita elegida estaba Celia cuando Elisa irrumpió en el salón con el chal de Aurora rodeándole los hombros. Al verlo, un sentimiento de rabia se apoderó de ella, aunque más que rabia era miedo o pena, o una mezcla de las tres cosas que hizo que reaccionase de una forma desmesurada que desconcertó a la pequeña por completo. La cara de la Elisa al sentir que había hecho algo terrible que no alcanzaba a comprender, conmovió a Celia, al fin y al cabo ella no tenía porque saber que esa prenda era de Aurora aunque, una vez que lo supo, no dudó en disculparse de inmediato. Sus disculpas fueron aceptadas aunque la maestra, abatida, supo que debía ser ella quien tenía que disculparse, quien tenía que explicarle a su hermana el porqué de su reacción, quien tenía que hacerle comprender que era la frustración de no conseguir encontrar a Aurora la que había hecho que reaccionase de esa manera. Elisa comprendió el dolor de la ausencia de la enfermera y no pudo evitar que el recuerdo de José María se colase entre las palabras de su hermana. No era lo mismo, pero a ambas les dolía por igual y en un abrazo que les unió como nunca antes encontraron una paz en la que descansar unos minutos, el tiempo que tardó en sonar el teléfono.

La llamada de Velasco a casa de la señorita Celia le hizo creer a la maestra que quizá el inspector tendría noticias de Aurora por lo que no dudó en acudir a la cita propuesta pero se equivocaba. Aquel hombre ajetreado que llegó tarde, quería pedirle un favor. Necesitaban hacer pública la presencia en las calles del asesino del Talión, necesitaban que las damas de Madrid estuvieran atentas, que avisasen en caso de recibir alguna amenaza y a Velasco no se le había ocurrido mejor persona para redactar la noticia que la señorita Silva cuyas crónicas sociales habían dado tanto de que hablar y cuya prosa admiraba desde la primera vez que se topó con sus palabras. Bajo la promesa de que seguiría buscando a Aurora en cuanto ese caso quedase resuelto, Celia aceptó sin dudar, al fin y al cabo redactar esa noticia podría evitar alguna muerte más y seguramente consiguieran capturar al malnacido que sin remordimiento alguno estaba llevando a cabo tales atrocidades.

Antes de poder salir de casa en busca del periódico en el que se había publicado el artículo, Celia no pudo evitar reprender a Elisa por lo poco que le había durado la promesa de ayudar con las labores del hogar. En ello estaba cuando llamaron a la puerta. Era Diana, su visita inesperada hizo que Elisa tuviera que esconderse detrás de la cortina que tantas veces había protegido a Aurora de Clemente aunque ninguna de las dos cayó en la cuenta que dejar dos servicios de desayuno preparados llamaría la atención de la empresaria. Reconociendo una locura incierta, Celia aceptó que su hermana creyera que la ausencia de Aurora la tenía trastocada y que el motivo de que hubiera preparado desayuno para dos personas no era otro que la añoranza que sentía por ella. Una añoranza a la que recurrió para volver a negar su vuelta a Madrid y de la que ambas se deshicieron de golpe cuando la torpeza de Elisa casi las delata. Celia argumentó que una ventana abierta había tirado el jarrón que casi había paralizado el corazón de Diana, el tema del asesino la tenía preocupada pero la maestra supo tranquilizarla a la par que se deshacía de ella de la forma menos brusca posible. Aquella situación no podía seguir así, pero a Elisa le libró de otra reprimenda el hecho de que su hermana tuviera que ir a clase y que después hubiera quedado en Madrid con Velasco.

El inspector de policía alababa el artículo mientras Celia escuchaba con atención los motivos por los cuales le había pedido que lo escribiera. Si ese monstruo decidía volver a atacar ellos estarían preparados para intervenir y aunque el hecho de que utilizar a una mujer como cebo no convencía mucho a la escritora, que Velasco hubiera sido capaz de averiguar el mensaje que entrelineas había dejado para Aurora la dejó tan abstraída que no fue capaz de reacionar. Celia había supuesto que Clemente compraría la prensa para enterarse de lo acontecido en la ciudad y confiaba en que Aurora tuviera acceso a ese mensaje que aunque genérico e impersonal albergaba en cada palabra la esperanza que la firmante no perdía, el tesón con el que estaba buscándola y el amor del que no se desharía ocurriera lo que ocurriese a su alrededor porque, como le había confesado el día anterior a Elisa, Aurora era la primera persona en quien pensaba al despertar y en la última en la que se perdía antes de dormir y es que, sin la caricia de sus manos acompañando a los primeros rayos de sol o sin el beso de buenas noches que no era sino la llave que abría sus sueños Celia no sería capaz de seguir adelante y otra cosa no, pero seguir tenía que seguir porque en su inmenso corazón, la idea de dejar a su suerte al amor de su vida, no tenía cabida.


Adriana Marquina

sábado, 7 de mayo de 2016

Impresiones El Jurado

Lo primero que quiero decir es que todo lo que leeréis a continuación es una opinión propia que quizá en nada se ajuste a la realidad aunque, ésta es tan relativa que si queréis averiguarlo solo os queda acercaros a las naves del Matadero en Madrid e ir a ver El Jurado.
Yo tuve el placer, el sábado pasado, de disfrutar de esta maravillosa obra de teatro que hizo que me levantase de mi asiento para aplaudir a una compañía de teatro que, tal y como están las cosas en este país y bajo mi punto de vista, ha apostado fuerte por un tema tan manido como es la corrupción y a un elenco de actores que lejos de sentirse intimidados por él, se crecen regalando un espectáculo de aproximadamente hora y media en el que yo me hubiera quedado hora y media más.


"Los que saben hacen las leyes y los que no impartimos justicia"


¿Es justa la justicia? Esta pregunta que seguro alguna vez todos nos hemos hecho viendo el telediario, leyendo algún periódico o escuchando la radio, es el reclamo principal de la obra y lo cierto es que la respuesta es muy sencilla o al menos yo la tenía muy clara cuando me senté a esperar a que Josean Bengoetxea, Víctor Clavijo, Cuca Escribano, Pepón Nieto, Isabel Ordaz, Canco Rodríguez, Luz Valdenebro, Eduardo Velasco y Usun Yoon aparecieran en el escenario; No. Y es que yo me pregunto: ¿Cómo va a ser justa una justicia que encierra a una madre que tras encontrarse una cartera decide gastarse cuatrocientos euros en pañales y comida para sus hijos mientras deja en libertad a maltratadores, pederastas, ladrones e incluso me atrevería a decir a algún que otro asesino? Así que no, mí respuesta era no pero quería saber que tenían que decirme o que iban a demostrarme, las nueve sombras que se intuían al fondo del escenario cuando las luces se apagaron.


Dispuesta a no perder detalle, disfruté de su entrada a escena, reconozco que quizá Luz llamó mi atención más de la cuenta, pero eso nada tiene que ver con la justicia por lo que dejaré a un lado esa impresión. Así que diré que disfruté de como fueron tomando asiento tras presentarse sin tan siquiera hablar y de la iluminación que debo decir que es magnífica, tanto que en alguna ocasión mi cerebro paralizaba la escena para capturar alguna fotografía que, por desgracia para vosotros y por suerte para mí, solo pude guardar en mi cabeza.


La cosa empezaba bien, bien hasta que comienzan a hablar y tienes la sensación de que la obra apenas va a durar dos minutos porque, al igual que tú y sin más detalles que el hecho de que se esté juzgando a un político por un caso de corrupción, todos tienen clarísimo que es culpable. Bueno, todos menos uno, que no es que no opine igual, sino que opina que el destino de una persona no puede depender de los prejuicios de otras nueve, diez si incluimos mi pregunta anterior como un prejuicio en sí misma, y que tal vez deberían profundizar un poco más en el caso. Y claro que profundizan, profundizan tanto que constantemente te entran ganas de levantar la mano y estar de acuerdo, o no, con las opiniones que van exponiendo así, como que no quiere la cosa y que sin embargo van definiendo a los personajes de un modo que hace imposible no identificarse con alguno o con varios, o con todos que es lo más intrigante porque... ¿Cómo se puede estar de acuerdo con dos opiniones diferentes? Y para mí, aquí radica el éxito de la obra, porque llega un punto en el que estas completamente de acuerdo con la mesa que gira hacia la izquierda pero sientes la necesidad de acompañar a la presunta conciencia que lo hace hacia la derecha. Un punto en el que te ríes mientras el trasfondo social te abofetea sin que te des cuenta. Un punto en el que el señor Quirós desaparece porque el acusado eres tu mismo aunque la responsabilidad, la honradez, la soberbia, el ego, el pasotismo, la desfachatez, la sensatez, el miedo o la ideología política, cada uno sabrá que número le corresponde, te impida ver cual de los dos veredictos te correspondería a ti.


Adriana Marquina

jueves, 5 de mayo de 2016

Princesa

El tranvía nocturno que regresaba hacia Arganzuela siempre iba abarrotado de gente y aquel día no fue una excepción. Cuando Celia subió a él ya no había ningún asiento vacío pero, un joven que probablemente no llegaría a la veintena, le cedió el suyo al darse cuenta de que aquella mujer ojerosa apenas podía mantenerse en pie.

No sabría deciros si a Celia aquel viaje se le hizo largo o corto porque estoy segura de que el tiempo se paralizó en el momento en el que Clemente se llevó a Aurora con él aunque, más que paralizarse, lo que ocurrió fue que todo cuanto la rodeaba se deshizo en miles de pedazos y, el tiempo, no había sido una excepción. Tanto fue así que al entrar en aquella casa que seguía en pie a pesar de la explosión, el aroma de la toquilla con la que Aurora había estado cubriendo su espalda, hizo que se perdiera en una realidad que ya no era tal y que, sin embargo, volvió a ella cómo vuelve el aire que se ha ido cuando giras una esquina en cuanto hundió en ella su pequeña nariz. Sin nada más que hacer, sin lágrimas que llorar o palabras que decir, se dejó caer sobre un sofá que habiendo sido testigo mudo de todo lo acontecido, intentó consolarla con una comodidad que Celia fue incapaz de apreciar porque, lo que ella estaba sintiendo, en nada podía compararse.

Las manos de Aurora se desprendieron despacio de los tirantes de un sujetador que impedía que sus labios pudieran recorrer con tranquilidad su espalda desnuda. Su voz, inconfundible, llenó equivocándose de nombre una consulta en la que Celia pasó de querer morirse, a querer vivir para siempre si esa mujer que no dejaba de besarla una y otra vez de camino a una cama que nunca había sentido tanto amor, estaba a su lado. Recordó su banco, esa sonrisa seductora de la que se enamoró y enlazando besos llegó hasta el último que se habían dado. Hasta una pasión aterrorizada que buscaba el consuelo en el amor sincero, en un amor puro que fue descubierto y mancillado.

Sobresaltada miró hacia la ventana. En aquel sueño que una vez más se había convertido en pesadilla creyó ver a Clemente y, fue tal la congoja que sintió, que se acurrucó sobre sí misma abrazada a sus rodillas como cuando de pequeña alguna de sus hermanas le contaba una historia de fantasmas solo para hacerle rabiar y ella se moría de miedo. Pero aquello no era una historia y ella ya no era una niña. Clemente había estado en aquella ventana y a través de ella sintió como le pisoteaban la masculinidad que con tanto ahínco había ido a reclamar, esa de la que se reían en el pueblo, esa que tuvo que demostrar con el puño cerrado porque había sido incapaz de hacerlo con el corazón abierto. Agotada como estaba, fue incapaz de deshacerse de aquel fantasma cuya estela siguió hasta la puerta, una puerta a la que maldijo por no haberla retenido dentro de aquella casa, por haber dejado que se fuera a ver a su hermana, por haber dejado entrar al monstruo borracho que lleno de rabia y de orgullo humillado pagó con Aurora toda la frustración de quien se cree dueño de algo que no le pertenece. Estaba confundida y confundida se sentó a la mesa con un Bernardo que a pesar de su bondad nada podía hacer mientras miraba de reojo la mecedora bajo la cual encontró a Aurora y de la que no pudo huir cuando el primer tortazo cortó el aire a la par que su pómulo. El grito contenido llenó el salón y casi pudo sentir la fuerza en los ojos de Aurora que ya no estaba dispuesta a bajar la mirada porque, para vivir mirando al suelo al lado de aquel hombre que ni era hombre ni era nada, prefería estar muerta. El segundo golpe la tiró al suelo y, en la primera patada que Clemente lanzó en dirección a las costillas de su amada, Celia tuvo que obligarse a mirar hacia otro lado. No pudo evitar la agresión real y no estaba dispuesta a hacer que Aurora pasase por lo mismo en el masoquismo del recorrido que sus ojos apagados estaban haciendo por aquella casa en la que no conseguía encontrar un poco de paz. Huyendo llegó hasta la cama y a pesar de que intentó que sus cuerpos desnudos la mecieran en un abrazo, solo consiguió recordar como la vida de su bebé se le escapaba entre los dedos sin poder hacer nada por evitarlo. Aquella criatura inocente había pagado con su vida la brutalidad de un padre que lo único que esperaba de él era que llevase su apellido, un apellido cuya honra había sido engordada a golpe de talonario por muy orgulloso que estuviera de él su portador.
Sepultada en lágrimas secas lloró de impotencia al recordar como Clemente le había arrebatado la pistola que tan decidida compró y cuyo gatillo fue incapaz de apretar al tenerlo delante pues, a pesar de la amenaza, ella no era la asesina que maldecía no haber sido, la que la desesperación de Aurora tanto había reclamado, la que les hubiera librado de aquel marido impuesto que tan dispuesto estaba a ejercer como tal y que la hubiera llevado a una cárcel de la que, entonces sí, no hubiera salido jamás. Ella no era una asesina pero, hubiera matado a Clemente cuando Camilo dejó claro que jamás volvería a ver a Aurora porque se la había llevado a donde no pudiera encontrarla para hacer de ella una mujer normal. Lo hubiera matado con sus propias manos si al mirarlas no hubiera reparado en que en ellas aún podía sentir el tacto de la suave piel de una Aurora que, estaba segura, también estaría pensando en ella.

Y mirándose las manos se quedó dormida y de pronto se vio así misma en ese mismo sofá susurrando, bajo la atenta mirada de unos ojos grisáceos que luchaban por mantenerse abiertos, la historia de como se habían conocido, de cómo la mamá de aquella niña que jugaba con su lengua incontrolable le había salvado la vida. Aurora, sentada en la mecedora, hacía como que leía el periódico mientras las miraba de reojo con la sonrisa satisfecha de quien ha formado la familia más hermosa del mundo.
-- Cariño... tenemos que pensar un nombre, no podemos seguir llamándola princesita toda la vida.
-- Lo sé, pero mírala --contesto Celia mostrándole aquella carita que amagó una sonrisa como si supiera que era encantadora --, es lo que es, es nuestra princesa.
-- No --respondió Aurora sonriente mientras cerraba el periódico para ir a sentarse a su lado --, no es nuestra princesa, es nuestra pequeña Meine Liebe.

Aquel comentario hizo que ambas rieran a carcajadas y la pequeña ,que aun no diferenciaba sentimientos ni sabía de la importancia de disfrutar de los buenos momentos, rompió a llorar reclamando el pecho de Aurora que, cubriéndole la cabecita con una pequeña toquilla blanca, le dio de comer bajo la atenta mirada de Celia que disfrutaba de aquel momento mientras lo grababa para siempre en su memoria en un recuerdo que pudo ser y no fue pero que al menos le dio el descanso necesario para recuperar la fuerza con la que, a la mañana siguiente, comenzaría a remover el cielo, la tierra y el mar en busca de su Aurora, esa que le había salvado una vida que entregaría sin dudar con tal de conseguir la merecida libertad de ambas.

Adriana Marquina