martes, 17 de octubre de 2017

Impresiones de Souvenir

Por fin ha llegado el día en el que puedo hablar de Souvenir sabiendo de lo que hablo, porque tengo que reconocer que las veces que la he recomendado, que he hablado de ella o que me he alegrado con las buenas críticas y opiniones que estaba (está y estará) recibiendo, lo hacía desde la confianza ciega que tenía en su director, Fran Perea. Quienes no hayáis seguido su carrera (yo estaba en esa lista hasta hace cosa de tres años y no sabéis cuanto me alegra haber salido de ella), quizás os sorprendáis al ver su nombre debajo de la palabra “director” y tal vez os haga plantearos si no habrá carteles con otros nombres que le den a esa palabra la experiencia necesaria como para haceros ir a ver otra obra y no ésta, pero sería un juicio injusto, porque si algo caracteriza a Fran es el esfuerzo por alcanzar la perfección, sea la primera vez que hace algo, como es el caso, o repita cada noche, como fue, por poner un ejemplo, el caso de La Estupidez. Igual que sería injusto que al buscar los nombres de los tres actores que dan vida a los personajes no encontraseis detrás la amplitud experimental suficiente como para darles la oportunidad de ver su “debut”, porque todos hemos tenido nuestros inicios y este comienzo es de notable alto.

Ángel Velasco nos regala a un Solomon Shereshesvki entre loco y cuerdo al que dan ganas de robarle todas las palabras con las que describe el mundo que le rodea para hacerlas tuyas. Que te llega a hacer sentir envidia de la hipermnesia y, en mi caso, de la maravillosa sinestesia con la que vive el personaje, con la que lo percibe todo, con la que te lo describe todo, con la que ama a esa Magda que se derrite en el cuerpo de Esther Lara cada vez que le explica a qué le huele el cabello, aunque en ocasiones esas descripciones salgan de la boca invisible de Steve Lance y su Doctor Luria, un psiquiatra, ¡no! ¡El mejor psiquiatra del país! Ese al que va a visitar con un propósito imposible y con el que se queda aun sabiendo que el éxito, es improbable.

Los nudos de la memoria, las puertas de los recuerdos, la mesa de la desesperación y la cama del desconcierto que te encuentras nada más sentarte en la butaca, se van tiñendo durante la obra de un verde esperanza que hace que llegues a creer que Shereshesvki va a lograr su objetivo… ¿O es Luria quien al verle entrar descubre el suyo? Porque si hay algo que destacar de Souvenir es lo curioso que resulta ver como Solomon, que lo sabe absolutamente todo porque lo recuerda todo; todo lo leído, todo lo visto, todo lo vivido, todo lo escuchado, todo lo sentido, todo lo palpado, todo lo olido, todo lo disfrutado, todo lo sufrido, ¡Todo! Se desespera al darse cuenta de que no entiende absolutamente nada, mientras que Luria, creyendo saber de todo, se desespera al darse cuenta de que, sabe tan poco que, por no saber, no sabe ni siquiera en que día ha de comprar un simple ramo de flores.

Pero no solo ese conflicto entre el que sabe y el que cree saber es destacable. También lo son los sentimientos de Magda que lucha constantemente contra lo que la enamora, lo que la preocupa, lo que es y lo que podría ser. Lo son la puesta en escena, el vestuario, la música, la iluminación y la participación, porque sí, en la obra se participa para que tu memoria no olvide, que estuviste viendo Souvenir.

Así que sí. Por fin ha llegado el día en el que puedo hablar de Souvenir sabiendo de lo que hablo, porque tengo que reconocer que las veces que la he recomendado, que he hablado de ella o que me he alegrado con las buenas críticas y opiniones que estaba (está y estará) recibiendo, lo hacía desde la confianza ciega que tenía en su director, Fran Perea, al que desde aquí vuelvo a agradecer la apuesta, al que vuelvo a agradecer este regalo que no es un regalo porque en realidad es y será, el recuerdo inolvidable de un día maravilloso en el que retumbarán incesantes las teclas de una vieja máquina de escribir con olor a piedra antigua.

Adriana Marquina

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